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Antídoto

Foto del escritor: Evan´s DarwinEvan´s Darwin

La ansiedad y la culpa le atormentaban desde el pasado lunes, cuando fue una de las víctimas en aquel hotel de medianoche. Tuvieron que pasar horas y horas para llenarse de valentía e ir a la estación de policía a contar su testimonio.


Hola. ¿Con quién puedo hablar sobre el caso de la señorita Charlotte? —dijo, con voz cortada y en un mar de nervios.

Claro que sí. Enseguida la hacemos pasar con la detective Decker.

Inmediatamente llamaron a la detective a través de la línea cinco. Ella estaba con su consultor de casos en el área de medicina forense examinado algunas pruebas. Ambos, acudieron sin retraso alguno a la emergencia.


¿Cómo está detective? Mi nombre es…

Lidia. Si, ya sabemos tu nombre. Tus huellas estaban en la escena —dijo la detective, interrumpiéndola.

Al parecer la familia de Charlotte ya había denunciado su desaparición.

Esa es la razón por la que he venido. Necesito decir todo lo que vi —respondió, un poco alterada y con los ojos lagrimosos.

La detective y su consultor, se llevaron a Lidia al cuarto de interrogación. Encendieron la grabadora para tomar su testimonio y la escucharon con mucha atención.


Lidia y su amante —Charlotte—habían llegado al cuarto 192 después de una noche desenfrenada, loca y extasiada. Salieron a las 02:00 a.m. del antro “Eclipse” ubicado en la plaza comercial “La Virgen”, condujeron en estado de ebriedad hasta el hotel donde se estaban quedando, estacionaron su auto en el parqueo número dos, casi al frente de recepción. Bajaron con una botella de vodka en la mano y una caja de cigarrillos. Entraron a las 02: 45 a.m. por la puerta principal del hotel y se dirigieron hacia al ascensor, subieron hasta el séptimo piso y caminaron, en estado deambulante y abrazadas, a la habitación que queda en el pasillo oeste frente al cuarto número 202.


Lidia es quien abre la puerta y carga a Charlotte hacia al sillón de la sala de estar. Preocupada por caerse, se quita los tacones a mitad de camino y los avienta al costado derecho de la habitación. Ella se va al baño mientras Charlotte se acuesta en el sillón, aturdida respalda su cabeza con uno de los brazos del asiento. Cuando sale del baño solo sintió que alguien la agarró por detrás y le puso un pañuelo en la boca, y poco a poco, su mente se nublaba por la pérdida de la visión.


Luego aparecieron en un lugar muy extraño, lejos de la ciudad, en el bosque, en una cabaña misteriosa que parecía castillo, antigua pero reluciente. Ella estaba amarrada en una recamara y Charlotte en otra, divididas por un banquete de reyes, todo era confuso. Lidia no podía hablar por el efecto de la sustancia que había inhalado. En sus ojos se proyectaba la desesperación del momento al ver que el malhechor con sus tres asistentes vestidas de hadas le quitaba la ropa a Charlotte, luego le pusieron un vestido de princesa, color azul y con detalles de flores, se veían hermosas como si hubiesen crecido en un jardín mágico. Y gritó sin voz, aún más, cuando observó que una de las hadas pinchó su dedo con la aguja de una jeringa, lento transcurrió el tiempo cuando el líquido azulado como un zafiro penetraba la piel de Charlotte. Después, el secuestrador se le acercó a Lidia, y le dijo que no avisara a las autoridades hasta transcurrir tres días, sino su amado hijo iba a morir con el huso de una rueca. Si cumplía con la parte del trato le enviaría el antídoto para despertar a Charlotte.

 
 
 

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