Sus ojos amanecieron alrededor de las siete de la mañana con una idea que transitaba sin semáforo en su mundo, de norte a sur y de oeste a este. Con sus pies firmes sobre el suelo de la habitación, su horizonte indicaba el destino como un dardo que es lanzado al blanco de un calendario sin fecha.
Un nuevo día asomaba el océano de preguntas y lagunas de respuestas porvenir, un signo de interrogación iniciaba la disyuntiva de su vida, tiempo o distancia. ¿Qué variable representaba mayor peso en la fecha de un calendario enamorado? Un signo de admiración era el punto final de su consenso al debate.
La realidad era convergente, ninguna de las dos importaba si calendario no tenía fecha; tiempo y distancia intrascendente como ceros a la izquierda; catorce de febrero inexistente para San Valentín; el amor y la amistad firmaban el divorcio; y noviembre sin ti, sellado con el frío de una navidad en soledad.
La sociedad ha etiquetado tantas veces a fecha que eliminó su definición en el diccionario, ella ya no desea florecer en un calendario ni en ningún dispositivo móvil que electrónicamente le haga piropos, ha perdido los días, meses y años que siempre le acompañan cuando las agujas del reloj corren sin frenos.
Pero… ¿Qué sería un calendario sin fecha? ¿Un trozo de papel en blanco? ¿Un mundo ignorante respecto a la noción del tiempo? No, su poderío limitó la imaginación de eventos desvanecidos en la nada o todo, incluso el señorío de onomásticos que fecha, con felicidad, espera recibir en un año calendario.
Ahora, su único fin, restaurar a calendario porque fecha se había ido. Números, letras y más números, era lo que necesitaba para completar los espacios vacíos que alguna vez le pertenecieron a fecha.
Finalmente, su idea transitaba con semáforo y su dardo apuntaba a un blanco, evidentemente, ¡no era un calendario sin fecha!
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