Quisiera volver a verte
como en aquellos tiempos
donde tu sonrisa me coqueteaba
sin el descarado desdén;
donde tu mirada me desnudaba
con paso profundo y sin hastío;
donde tu piel acariciaba la mía
sin romper el himen.
Aunque solo exista en mi memoria.
Ahora tu nombre está fragmentado,
pero la añoranza de tu recuerdo
sigue intacto como si fuese la primera vez.
Es imposible olvidar las paredes empapeladas
de nuestro antaño encuentro;
ibas cargando un montón de libros
que empañaban tu pálida tez
como el romance en su primera cita.
Desde mi silla de ruedas
le imploré piedad a quien pudiera oírme,
y perdón, si, perdón por desear
que se te cayeran los libros
y auxiliarte con cierta hipocresía,
con tal de sentir a nuestros cuerpos
levitando en la breve intimidad del espacio y tiempo.
Me miraste,
sonreíste
y bajaste tu mirada.
Aparté la mía, con el nerviosismo a tope.
Me acerqué sin éxito,
sentí tu pulso sin temor
y transpiré tu perfume,
y la calma frenó mi alocada respiración.
Luego te perdí…
Mi alma asistió puntualmente,
cada día del perpetuo calendario
hasta la segunda cita,
esa que aún sigue pendiente.
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