El bip del reloj
ha marcado la última luna de febrero
que el destello de tus ojos
—marmita o tan solo escarcha—,
admiró esa noche sin desdén
a través de mi silueta,
sin remitente…
Pero el ruego de tus pasos anónimos
te delataron como el rocío de tus lentes,
ese que empaña los cristales
cuando el aliento de nuestros besos
se extravía por la luz intermitente,
o cuando el corazón irascible
guiña con sus ademanes coléricos, pausa.
Esa noche no fue el único clic.
También son las huellas que pisa el polvo
después de las ocho con tantos minutos;
el letargo de nuestras almas
cuando el incoloro amarillo
se fuga por la delgada línea del horizonte;
el carmesí de los encuentros con harapos
y el frenesí de las miradas
que despojan el temor de la piel
ante el coqueteo del cariño amargo.
Eso y más, todo y nada a la vez.
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