El día dejó de ser oscuro,
pero aún sigue siendo gris.
El cielo llora,
las gotas gritan en el tejado,
y el viento cobija las lágrimas.
Extiendo el paraguas
y mis pasos no se detienen.
Pasos que dejan un reguero de huellas,
huellas que saludan a las mismas personas,
personas que transitan
entre un vaivén de hora pico,
vaivén acurrucado por ese inédito sonido;
el desenfrenado taxón
de sus autos o el de alguien más.
Desesperante son los minutos
mientras observo en el horizonte;
trozos de metal y perlines
anticorrosivos, desnudos ante el sol;
una banca rectangular
que es la pulpería de una anciana;
estudiantes desanimados
por el clima y por el carbón de sus lápices;
y adultos contabilizando
la miseria de sus vidas en monedas y centavos.
El destino se aproxima sin prudencia,
un animal conduce
y otros, colgando de sus puertas y ventanas.
Me ha dejado,
lo maldigo y tomo un taxi.
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