En la universidad, una chica llamó demasiado mi atención. Era noble y bella. La niña más bonita que mis ojos y corta edad habían apreciado. Sus ojos eran azules, su cabello ondulado y rubio, era delgada y de tamaño estándar. Su cuerpo era normal, es decir, se veía que realizaba dietas o al menos, salía a correr o iba al gimnasio. Su sonrisa derretía mi corazón. Era inteligente y la mejor del grado. En fin, no tenía ninguna posibilidad con ella. Estaba fuera de mi órbita. No obstante, me considero una persona persistente y mucho más, si se trata de la ilusión del romance.
Mi interés inició en segundo año de la universidad, en el minúsculo instante que su belleza eclipsó mis ojos. Iba caminando hacia el portón de la universidad y de repente, ella apareció. Me superó en pasos y se acomodó el cabello. En ese momento, el tiempo se detuvo y pude reproducir ese cortometraje en el bucle infinito de mi mente. Ese día, sus pasos me llevaron por un camino diferente al que estaba acostumbrado. Sentí el aroma de su perfume, suave e intacto, durante el insólito recorrido. Le observé desde lejos, atento y en silencio. Llegó al edificio 001, sonrió a algún conocido, subió los escalones y se detuvo en el segundo piso. Su aula de clases estaba en el costado norte del edificio. Entró al salón a dejar sus cosas. Me detuve, siempre de lejos, a observar si no tardaba en salir. Cuando se mostró otra vez, motivado por la sensación de su perfume; me atreví a cruzar alrededor de ella con dirección al ascensor. Fue una elipse de felicidad. Aterricé en el cuarto piso, con nueva sonrisa y mirada, inclusive mis amigos me preguntaron si estaba bien.
El reloj avanzó lento en mi mundo desesperante. Deseaba con el corazón, mi hora de salida y que, las agujas del reloj marcaran las 12: 15 p.m. Mi anterior destino era subir y bajar por el ascensor, pero ese día lo cambió. Ahora, mi neófita pasión, era recorrer los escalones del edificio. En mi búsqueda, sin éxito y decepcionante, caminé hacia la salida con un sabor agridulce. Arribé a la estación de bus y no logré verla. Entonces, me convencí a mi mismo, que todo se trató de una casualidad y no causalidad. Así que, me resigné y lo acepté. Me subí a la ruta 118 y busqué un asiento asocial.
Después de 20 minutos, miré aleatoriamente un lugar y percibí su presencia. Antes no fue posible porque varias personas la ocultaban. Nuevamente, me sentí atraído e intrigado. Nunca la había visto en esta ruta. Al parecer, era la primera vez. Descendió de la unidad de transporte al cabo de un rato. Contaminado por la locura y la adrenalina, decidí seguirla. Me coloqué una chaqueta con gorro que llevaba en la mochila y continué. Se detuvo e ingresó a un centro de enseñanza del idioma inglés. Frustrado por el calor, me deshice de la chaqueta y me dirigí a casa. Llegué cansado y exhausto. Pero valió la pena, la vida y el universo, todo eso sumado. Me acosté en la cama de mi cuarto e investigué en internet sobre perfiles de detectives privados. Ella se había convertido en mi obsesión.
Al día siguiente, reiteradamente visitaba el segundo piso, acción que se convirtió en rutina. Logré conseguir algunos datos personales, al escuchar conversaciones ajenas e interrogar a terceros. Hice una cuenta falsa para seguirla en las redes sociales. Aprendí sobre su carácter, patrones de comportamientos, hobbies y su círculo social. Sentí que la conocía mejor que nadie. Esto de ser detective anónimo, me satisface más que, ser un amor no correspondido.
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