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Dulce emoción

Foto del escritor: Evan´s DarwinEvan´s Darwin

La fragancia aquella vez era la misma que ahora. Una chica entraba por la puerta principal de la Casa del Café, intentó abrir con el jale, no pudo, y probó de nuevo con el empuje, y lo hizo. Sonrió por su bella torpeza. Sonrisa que fue correspondida con mi mirada clavada en su rostro. También sonreí y la miré desde lejos, desde la mesa en la otra esquina, con mi libro y mi limonada de mango, insinuaba leer, pero realmente la veía. Recuerdo que verla cautivaba mi corazón, mi piel y mis cachetes. Mis manos temblaban al agarrar la limonada y los dedos sufrían de parálisis al sostener el libro.


La seguí con la mirada hasta la barra de atención al cliente. Ordenó un capuccino instantáneo con algunas galletitas de avena. Giró su cabeza hacia al costado izquierdo, tomó su cartera hacia al frente, y la abrió, buscó su tarjeta, y miró, repentinamente, a mi esquina, como si supiera que la estaba viendo desde hace rato. Enseguida aparté la vista y traté, de reojo, confirmar si seguía viendo. Se acomodó su caballo, lacio y largo, sobre uno de sus hombros, su cabello le caía, a lo sumo, un dedo por encima de la cintura. El joven le consultó si su orden era para llevar, a lo cual contestó con el ademan de su cabeza moviéndola de arriba abajo, como esos juguetes que se colocan al centro de un auto y que se mueven a la más minúscula vibración.


Antes de cancelar su orden, preguntó sobre los diferentes sabores de pasteles, creo que se le antojaba una rebanada como postre, pero se mostraba indecisa, le faltaba algún empuje. No pidió nada extra. Pagó su orden y se dirigió al otro lado del vidrio, donde están las banquitas exprés, de esas que se ubican fuera de los kiosko. Sacó sus galletitas del empaque terracota que lleva publicidad del café y bebió una porción del capuccino, sus ojos se voltearon en respuesta a la felicidad o lo bueno que estaba la bebida. Continuó su ritual mientras deslizaba el pulgar en la pantalla de su teléfono, una y otra vez, incansablemente.


Cruzó por mi mente la idea de hablarle, pero aún no tengo el valor suficiente. Había minutos débiles donde mi cuerpo caminaba sin permiso e iban hasta ella, y gozaba de su amable reacción, de su compañía, de su coqueta sonrisa, de sus alocados gestos y mirada profunda. Sus labios en forma de corazón me invitaban a puertas abiertas presentarles los míos. Imaginé una infinidad de escenarios donde el trato era recíproco, correspondía fielmente a mis encantos, y ambos, cultivábamos la química entre los polos opuestos. La gravedad no nos afectaba. Éramos inmune al ir y venir de la gente alrededor. Sólo existíamos, ella y yo.


Pero… no soy bueno rompiendo hielo con las personas, pienso. Mi realidad aterrizaba y los arrepentimientos inundaban mi mente. Me retractaba de tan dulce emoción. Tiempo después, con sus piernas entrecruzadas, su piel sudando y las cejas frunciendo, recibe una llamada, habló en brevedad, y repara entre la multitud la llegada de alguien. Al parecer esperaba por un alma. —¿Será amigo, amiga, novio, novia? —pregunté. Ahora, mi atención no quería desatender los próximos minutos. Llegó un joven y le saludó, abrazó y luego sonrieron. En ese momento, llegó el mesero a preguntar si necesitaba algo más, contesté con un rotundo no, pues mi concentración estaba en otro lado. Volví a fijar la mirada en las banquitas y no había nadie, los perdí, ya no estaban al alcance de mi vista. Se habían ido. Poco a poco, la fragancia dejaba de existir.


Quedé con una laguna mental y con las ganas de cruzar palabras con ella. Regresé a mi lectura y continué bebiendo mi limonada de mango.

 
 
 

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