Hace un día, todo alrededor estaba soleado, radiante y caluroso, imposible de imaginar la revolución posterior. Hoy, totalmente contrario al pasado, todo alrededor está frío, opaco y lluvioso, posible de creer el último asomo del sol como un día sin título.
Solo resta apreciar el minúsculo presente, gota por gota, la inmensa lluvia que cae en el tejado de su hogar, creando una sinfonía de éxtasis que viaja desde el exterior hasta el interior del ser, cada vibración hace que su cerebro pierda la razón, hace que por primera vez sienta y no piense, enamorándose de tan elocuente música.
Como un loco durmiente, mueve su cabeza hacia los lados, acción coordinada con sus dedos, imaginando ser un director de orquesta. Al instante, decide presionar el botón y su música favorita comienza a escuchar, mientras en segundo plano otra se está reproduciendo. Acurrucado de sonidos, lo único que anhela, es olvidar todo y sumergirse en un profundo sueño, un bucle infinito.
Tiempo después, abre los ojos y camina hacia la ventana de su cuarto, mira a través de ella como la lluvia ha cesado un poco, sus pies le llevan hasta el balcón, desde arriba aprecia la soledad en las calles, el cielo aún nublado y el viento a sabor de brisa.
Impaciente y prisionero de su libertad, grita sin voz, que se acabe este día sin título.
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