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Fin del ciclo

Foto del escritor: Evan´s DarwinEvan´s Darwin

Era uno de eso días donde la soledad gobernaba el tiempo y no toleraba la hipocresía de la gente. Entonces, apenas salí del primer turno de clases de la universidad, me dirigí al kiosko de paninis y batidos. Me gustaba ordenar siempre el batido número ocho, el de hierbabuena con pepino y limón, era una delicia junto con el panini de jamón. Prácticamente, era cliente rutinario y en ocasiones, no era necesario ordenar, la señora del kiosko ya sabía lo que iba a pedir. Era sumamente tranquila y te atendía fenomenal.


Espere pacientemente en la barra mientras leía el libro “Amor a cuatro estaciones” de Nacarid Portal. Fue un regalo de mi ex. No había querido leerlo antes, pero al fin me atreví. Al cabo de un rato me llamaron por mi sobrenombre “chino”. La mayoría de la gente me ha llamado así desde la infancia.


—Chino, ya está lista tu orden. ¿Vas a desear lo mismo de extra? —alegó la señora.


También me gustaba pedir una orden extra de papitas fritas para llevar. Esta vez me senté a comer y a esperar la orden extra, en las bancas de la universidad, eran redondas y tenían techo. Ya la había visualizado, con anterioridad, desde la barra. De hecho, deseaba que nadie se me adelantara. Y lo logré, podré disfrutar de mi merienda en paz.


La siguiente banca estaba a dos metros, claramente se podía escuchar la conversación entre personas, aunque ese no haya sido tu fin. Desde mi asiento, pude observar a una pareja que estaba compartiendo su almuerzo, al principio no les presté atención, estaba hambriento y el libro, muy intrigante y realista.


Cuando terminaron de comer, iniciaron hablar misteriosamente, en tono suave y recto, se veían fijamente, cada uno se podía observar en los ojos del otro.


Al parecer esto se pondrá incómodo. Mejor me pongo audífonos —dije, mientras buscaba en el teléfono la canción “before you go” de Lewis Capaldi.


Pero al finalizar la canción, en el instante en que buscaba otra música en el reproductor del teléfono, no pude evitar escuchar lo que ellos decían.


“—Él: Supongo que es el final.

—Ella: Si. No pienso regresar.

—Él: Ok. ¿Qué aprendiste de nuestra relación?

—Ella: De ti, únicamente aprendí, a como no quiero ser tratada.”

Ese intercambio de palabras me impactó y fue rotundo para incentivar mi deseo de huir de esa escena. Estaba en el lugar y tiempo equivocado. No me correspondía escuchar el resto de la conversación. Me sentí como el amigo cuando sale con su amigo y su novia, popularmente conocido como violín. Me limpié con la servilleta y disimuladamente caminé hacia la barra del kiosko, a dejar la bandeja y retirar mi orden de papitas fritas. Pagué en efectivo y luego me dirigí al aula.


En el camino no me resistí a pensar en esa escena. ¿Se puede almorzar bien sabiendo que se aproxima una ruptura? ¿Por qué habrá terminado así esa relación? ¿Ambos estarían de acuerdo? ¿Quién habrá amado más al otro? ¿Sería ese el fin del ciclo? Eran las preguntas que se hacía mi mente en el durante. Las relaciones siempre me han cautivado. Hay algo en ellas que me motiva a estudiarlas, son complejas, interesantes, cíclicas y sin definición. El amor es incomprensible, a veces las mismas razones que atraen a dos polos opuestos, son las mismas por las cuales ponen fin al ciclo.

 
 
 

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