top of page

Flash

Foto del escritor: Evan´s DarwinEvan´s Darwin

Estando de pie, frente a él, bajo la galera de la ferretería, mientras su esposa se marcha a buscar el teléfono en la oficina de la bodega, se genera el típico silencio incómodo que se produce después de esa mirada, profunda y de atrapasueños. La misma mirada que siempre ha hecho desde hace seis años cuando nuestras voces dejaban de pensar. El mismo gesto de sus ojos con ceño fruncido, al principio con alineación centrada, luego con alineación a la izquierda como si un mouse automatizara el clic con cada tic tac, y aunque ninguno se quiere ver frente a frente, nuestras vistas se vuelven a topar en el suelo.

—Esto no ha cambiado nada—exclamo en silencio sin mover los labios. Ante la evasión insistente de las palabras, mi mente se remonta al día en que lo conocí, en esa casa blanco hueso con franjas café chocolate, vestía una camisa de cuadros con pantalón de cuero sintético color negro, zapatos neutros sin amarrar, lucía algo nervioso frente al mueble de dos metros, con la televisión al centro, y un par de sofás custodiando la mesa de la sala de estar, mis pies no dejaron de tambalear hasta el anuncio de sus pasos. —Ya llegaron, avisen a los demás—gritaron en el éter. Le vi entrar por la puerta del costado, con su hija menor y esposa, me levanté del sillón a esperarle pacientemente mientras saludaba al resto de la familia, era como estar viendo al yo del futuro en un espejo, el vivo retrato de incontables glóbulos salpicando sangre por las venas.

Cuando llegó mi turno, no hubo abrazo, solo un apretón de manos y un saludo fugaz. —Hola. ¿Cómo estás? —creo que así lo dijo. No lo sé. Ya no recuerdo con lucidez. Me preocupaban mis emociones, pero fue extraño, no sentí algo especial, el momento fue indiferente como si dos desconocidos estaban estrechándose las manos para luego seguir una charla respetuosa y profesional. No se habló de ningún tema íntimo, porque toda la familia nos acosaba como gente hambrienta asando marshmello al fuego. Algunos tenían ojos tiernos por el parentesco, y otros, ojos grisáceos por la misma razón.

El ritual de iniciación no tardó ni los treinta minutos, pero si el tour de bienvenida, hasta la medianoche. Me llevaron a un campestre ubicado a las afueras del pueblo, algo cerca de la entrada al puerto, nos dieron el menú y quise pedir lo mismo que él, ordenó camarones empanizados, —nada mal, también me gusta ese platillo—dije anónimo y viéndole fijamente. Parece que poco le gustaba la cerveza, solo bebió dos botellas, no hubo cigarros ni otra pizca de licor en su cuerpo. Le perdí durante horas porque nos desviamos a conocer otra gente en el tour.

Proxy a las doce horas, al presagio del año nuevo, nos reunimos en su casa, en la mima galera donde celebran todas las festividades, con una luz giratoria arriba de nosotros de varios colores tipo discoteca, con las mesas cubiertas de manteles navideños y el sonido a volumen máximo. Ahí le conocí un poco más, sonreía con sus hermanos, jugaba con sus dos hijas, se tomaba fotos con su madre, brindaba contiguo a su esposa con champagne, puso karaoke y cantó canciones de maná con sus amigos. Y su espectáculo más increíble era cuando sacaba las cajas rellenas de pólvora china, desde candela romana hasta juegos artificiales, siempre los compraba para los niños y niñas; él era uno de los primeros en prenderle fuego a la mecha de algunos explosivos.

Con el paso del tiempo noté su voluntad de servir y su papel como jefe, inteligente y comprometido al trabajo. Su trato ante los demás era desinteresado y gentil. Le veía una vez al mes y perpetuamente repetía el mismo patrón cuando nos acercábamos como extraños: ojos al frente, los movía al costado y luego agachaba su mirada. La mayoría del escaso tiempo compartido se le notaba feliz. Pero eso no quita las veces que me hizo sentir un adoptado, un hijo que recién conocía y con el que no tenía afecto. Solo una relación de responsabilidad. Excepto cuando tenía una gota de alcohol en su sangre, se mostraba más paternal conmigo.

Ya regresó su esposa para tomarnos la fotografía. Ha sido toda una aventura que probablemente finalice con esta imagen de fondo azul y pisando el suelo de cerámica porcelanato. El último abrazo de costado que nuestros hombros sentirán. Ha sonado el flash de la cámara y me marcho.

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comments


I Sometimes Send Content

Thanks for subscription!

© 2020 by Darwin Cruz. Proudly created with Wix.com.

bottom of page