En un pueblo muy lejano de la capital, sin electricidad y muy poco habitado, nace un niño inocente de su destino. Con sus primeros gritos pisa el neófito mundo. Su mamá le acoge en brazos y fue amor a primera vista. Amor correspondido. Amor que no sucede con los brazos ni con la mirada paterna, pues estaba ausente, desde su nacimiento.
Debido a la ausencia paterna y el desafío que representaba para una madre soltera criar a un niño, su mamá se ve obligada a buscar caridad. Un amigo de la familia ofreció la ayuda que brindaba el seguro, pero tendría que inscribir al niño con sus apellidos, ya que los beneficios solo se otorgaban a parientes. Así fue como el niño —Jonathan López— adquirió su primer apellido paterno y con ello, su primer papá.
A los dos años de edad, Leticia Amador —mamá de Jonathan— conoce a Guillermo Sáenz. Un hombre trabajador, un guerrero, honesto y del campo. Su relación se fortaleció a través de los días y decidieron unir sus vidas en matrimonio. Consciente que Leticia tenía un hijo, decide adoptar la figura de papá en todo el sentido de la palabra, con deberes y obligaciones. Así, Guillermo, se convierte en su segundo papá, quienes conviven juntos hasta en la actualidad.
Alrededor de los cuatros años de edad, su mamá y su nuevo papá, le anuncian la llegada de un hermanito. Su felicidad era infinita. Su sonrisa contagiaba los rostros de sus padres.
A los cinco años de edad, ingresa al preescolar y lo supera con facilidad. Al siguiente año, inicia la escuela de formación primaria en el centro “Moravo”, su estadía fue temporal, pues un día regresó de clases, con su uniforme azul y blanco, y su mamá le dio una noticia inesperada.
—Hijo, al fin regresas.
—Si. ¿Pasó algo?
—Tu papá ha decidido vender y nos trasladamos hoy. Empaca tus cosas.
—¿Hoy? ¿Por qué vendieron? ¿A dónde vamos?
—No lo sé. Tu papá es el que sabe.
Jonathan ayudó a empacar. Con nostalgia abandonaron su antiguo hogar. Su papá había realizado un trato para adquirir una mejor propiedad, pero sus esperanzas se apagaron cuando la transacción resultó ser un fraude. En realidad, habían adquirido un terreno, desolado y sin ninguna estructura.
Al séptimo grado, Jonathan tuvo un accidente. Un ciclista lo atropelló ocasionándole una fractura en la pierna derecha. Le tomó seis meses en recuperarse, por tanto, tuvo que repetir el año escolar.
En quinto grado —a la edad de once años— empieza a criticar su apellido. Una mañana despertó con valentía y le preguntó a mamá.
—Madre, ¿puedo hablar con usted?
—Dime hijo.
—¿Por qué mi hermano se apellida Sáenz y yo López?
—Debo confesarte algo. Tu papá Guillermo no es tu verdadero padre.
—¿Cómo así? ¿Por qué? — exclamó Jonathan, estupefacto ante la verdad.
—Yo decidí tenerte sola. Nunca le dije a tu papá biológico que estaba embarazada.
Su mamá se quebrantaba al recordar y confesar tal verdad, a lo cual agregó:
— Espera hijo. También debo decirte algo más. Tu padre biológico se llama Alfred Ortiz. El apellido López está en tus registros porque un amigo de la familia nos apoyó con las necesidades iniciales, desde que naciste hasta que me junté con tu papá Guillermo.
Pasaron los días y su año escolar finalizó. Jonathan lidiaba con esa confesión cada noche, al acostarse. El tiempo avanzó y ese tema jamás volvió a tomarse. En su último grado de primaria, participó en las olimpiadas de mejor alumno y ganó, ese mérito le permitía optar por la beca de estudio en un instituto de secundaria, era un internado y de excelencia académica, sin embargo, sus padres sintieron temor por la distancia y le negaron la oportunidad. Continuó sus estudios en el pueblo.
Durante la secundaria, además de sus éxitos académicos, tuvo dos accidentes que le marcaron la vida. El primero sucedió en fechas de semana santa, un viernes santo, Jonathan y su familia fueron invitados a una gira de campo entre amistades, al regreso, el bus se volcó. El segundo, ocurrió en undécimo grado, en un viaje hacia la capital, al igual que el primero, su auto se volcó. Milagrosamente, en ambos accidentes, salió ileso. Ahí nació el deseo de conocer a su padre biológico después de una larga reflexión sobre lo efímero que puede ser la vida.
A los 17 años y 43 días, un 31 de diciembre, luego de un tiempo de búsqueda, la cita con el destino se concretaba. Conoció a su papá al anochecer y al resto de la familia, horas antes. Sintió una mezcla de sentimientos por el parecido y una extraña sensación de autorrealización.
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